Hoy vuelve JMA a la mañana. No se si para siempre (ya saben que este hobbie es bastante flexible) pero quería publicar este texto temprano, porque según mis estadísticas cero representativas y muy poco confiables, la gente tiene más tiempo para leer el domingo en la mañana, acostado en la cama, sin presión y este texto es muy especial: no lo escribí yo, lo escribió mi amiga Lucero.
A Lucero la conocí en Caracas, creo que en el 2007 o 2008 cuando empecé a trabajar en la revista Complot y desde ahí ha sido una de mis mejores amigas. Con ella me fui a Europa y si le quieren poner cara es la del medio de esta foto. Graduada de Letras, estudiante perpetua del universo, buscadora de historias, y amante del poder transformador de la palabra escrita, Lucero es creyente fiel de la magia, compañera de lxs que la quieren, mamá, esposa, amiga, y sí, tiene un humor negro para hablar de su vida que ha sido poco convencional.
¡Disfruten a la segunda invitada de JMA! ♡
Amélie Poulain es uno de mis personajes favoritos, y no por francesa ni por el “extra” que le pone a su ordinaria cotidianidad, sino simplemente porque gracias a ella me di cuenta de que había otros, como yo, que fundamentaban su vida en los pilares concretos del “pensamiento mágico.” Este concepto, para los que no saben, nada tiene que ver con García Márquez ni El Secreto ni Merlín. ¡Es más complejo que “visualizo y pum!” Y es que el pensamiento mágico es un estilo de vida, en mi caso, la forma de avanzar tras múltiples pérdidas y traumas. La experiencia me ha condicionado a creer que lo impredecible es oscuro, demoníaco, un abismo del que debo alejarme por lo que necesito tener el control de todo, no matter what. Contrario a Amélie, quien usaba el pensamiento mágico como una manera divertida, creativa (y sana) de relacionarse con el mundo y encontrar significado en los eventos del día a día, yo lo uso para calmar mi ansiedad. No soporto no saber qué viene, quién viene, cuándo viene, por lo cual desde chiquita me inventé unas rutinas mentales (sin caer en el OCD) que han servido como sostén de mi sanidad—y eso que tomo pastillas anti locura.
Hace tres años, mi Santero de cabecera me dijo que tenía un “muerto pegado,” pero que era muy pequeño y estaba a tiempo de limpiarlo, des-pegarlo. Días después me diagnosticaron cáncer de mama: “Es chiquito y lo agarramos a tiempo,” me dijeron los doctores. ¿Ven el paralelismo? Yo, por supuesto, lo vi de inmediato y entendí lo que ese Cubano de la Calle Ocho me había tratado de decir. Salí de la clínica y lo llamé para adelantar mi sesión de despojo. Esto era urgente. Una paloma sacrificada, círculo de fuego, rocíos de pócimas varias, y luego a tirar una bolsa con la paloma muerta al mar—tarea nada sencilla dado lo que implicaba si alguien me cachaba, aunque tengo entendido que en las aguas de Miami encontrarte con muñecos de vudú y animales sacrificados es bastante habitual. En mi cabeza, ese ritual mágico me salvó. Desde ese momento tenía el presentimiento, por no decir certeza, que todo iba a estar bien.
Sin duda que la doble mastectomía y las dieciséis quimioterapias hicieron su parte, pero obviamente que la magia hizo lo suyo. Obvio. Al terminar todo mi tratamiento, mi Dra. dijo que continuara mi vida “normal,” con alimentación balanceada, y listo. Pero mi ser controlador necesita la magia. Así que yo, Dra con postgrado en Santería, me cree una rutina sanadora. Si me tomo un vaso de wheatgrass en polvo, con una pastilla de aceite de Hígado de Tiburón, vitamina C, una cápsula de extracto de brócoli, hago ejercicio cinco días a la semana (obligado cinco), me pongo imanes con Gaya y acupuntura con Dr. Justin una vez al mes, y tomo únicamente cinco tragos alcohólicos por semana—regla que he modificado un poco—el cáncer nunca volverá. De paso que otro Santero que visité recientemente ya me dijo que me voy a morir de vieja y del corazón, por lo que la verdad estoy más tranquila.
Cuando voy en el tráfico o voy al gimnasio, me creo pequeños tests y juegos mentales para evaluar las probabilidades de que lo que pido al universo se haga realidad. “Si la luz cambia a verde antes de que tenga que pisar el freno, mi familia tendrá salud por siempre.” “Si hago quince lagartijas sin parar, mis exámenes de sangre van a salir perfectos.” “Si veo el reloj y son las 11:11 ese es mi papá dándome una señal de que la suerte me acompaña.” Y así miles de retos que al espectador medio—y a mi psicóloga—le podrán parecer desquiciados, ideas de fantasía propias de alguien que no acepta la realidad.
Sin embargo, aunque varios piensen que vivo en negación, yo creo firmemente que he aceptado mi realidad en todas sus facetas, que no son pocas: la que duele, la que hiere, la que corta, la que trastorna, la que me hace reír, la que me hace volar, la que me regresa la esperanza y la que me la arrebata también. Cierto, me ha costado miles de horas dólares de trabajo interno, pero aquí sigo con los ojos abiertos y la cabeza bien puesta. Hace poco estuve leyendo sobre lo que los expertos de la psyche dicen de las personan que conviven con pensamientos mágicos. Afirman que lo hacen porque les da un sentido temporal de control en medio de una existencia que a menudo es impredecible; que es muy común en la infancia frente a emociones fuertes, pero eso ya lo sabía.
Desde aquella fatídica noche en que mi mamá salió a cenar, chocó y se murió, vivo atenta y vigilante, preparada para lo que viene y poder evitar las sorpresas porque en la sorpresa yace lo malo. Así me lo viene diciendo mi Pepe Grillo, y yo le creo a mi conciencia. Cualquier terapeuta diría que la muerte de mi mamá es la raíz de mis pensamientos mágico, y seguro sí. Sin embargo, ya estoy harta de que me digan cómo vivir. Si esta manera me funciona, ¿qué más da? Cada quien calibra su motor interno.
Entonces, lejos de ser desaterrizada o ciega o desconectada de la realidad, considero que soy una creativa que recorta pedazos de la verdad y se queda con las partes que (le) sirven para armar su collage personal. Y estoy segura de que no estoy sola, de que afuera en el mundo tengo a mi tribu de pensadores mágicos, porque si algo sé es que todos queremos creer—de una manera u otra—que “todo va a estar bien.”
Y uds, ¿en qué creen?
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El primer post de JMA de una invitada: Cuando eres apátrida... pero en el mejor de los sentidos.
Pero hay algo en las amistades que sobreviven la distancia que me da satisfacción, como una prueba de resistencia que hemos pasado sin querer. Si después de todo seguimos aquí, entonces ya está: no nos libramos nunca.
Cuando me gane la lotería (cuando me la gane, no si me la gano, porque estoy segura que lo haré) (sí, la compro) quiero pensar que seré una millonaria cool.
Es precisamente ésto lo que disminuye mis niveles de ateísmo, porque creo que es una forma de espiritualidad. <333 Lucero!
La única manera de sobrevivir, es eso, saber que pase lo que pase...todo va a estar bien 💫💫